Un enunciado que revela una actitud provocativa de su mentor no tiene porqué ser más que el uso regular de la libertad de expresión.
Pero una práctica usual, dispuesta a generar controversias en un grupo de chat, solo por el ejercicio de molestar, cambiar el tema eje de discusión, agredir, confundir, o buscar formar opinión pública sobre determinado tema, parece ser una manipulación maliciosa. Digna de reproche moral al menos.
Eso hace un “Troll”. Emite mensajes descontextualizados que buscan modificar el tenor y el hilo de una comunicación abierta que se desarrolla vía web.
Twitter, por su estructura basada en la formación de comunidades en línea, parece ser la red social más propensa a recibir estos ataques. De hecho el pasado año denunció que existían 23 millones de robots dedicados a “trolear”.
No son novedad en internet. En origen fueron maniobras aisladas y personales -más dispuestos a molestar o a generar una especie de “gracia” que otra cosa- pero hoy se crean robots que generan participaciones masivas de usuarios falsos que promueven o imponen determinados temas condicionados por quienes deciden pagar por ese tipo de “servicios”.
Estas herramientas erigidas con el fin de engañar, sacar provecho, y hasta lastimar operando sobre la opinión pública, están muy de moda y en crecimiento sostenido.
Hoy recurren a ellos una multiplicidad de actores, desde agencias de publicidad que quieren poner en boca de muchos su producto, hasta partidos políticos, gobiernos o corporaciones que quieren instalar un tema generando una tendencia en las redes.
Estos actos se dirigen estratégicamente a determinados foros, blogs o chats donde se buscan respuestas reactivas de los usuarios. Respuestas instintivas y viscerales por la publicación de información falsa, expresiones injuriantes, etc., concibiendo polémicas entre los participantes del chat induciendo a que se discuta sobre las cuestiones que abonan los intereses trolls.
Troll, este término que define tanto a la acción como a quien la ejecuta, se convierte hoy en un adjetivo que califica conductas clandestinas, engañosas y poco éticas, ejecutadas en general sin la participación del hombre en forma directa. Nada más claro en este caso que el significado etimológico de la palabra de origen inglés: “morder el anzuelo”.
Me atrevo a concluir que vale la pena, antes de reaccionar ante un mensaje mentiroso o difamatorio, sospechar del fin que este puede buscar en la respuesta. No está bueno que manoseen tendenciosamente tu opinión solo por un objetivo económico o de poder. Menos aún sin voluntad expresa al respecto.